Por Adalys Pérez Suárez

El jueves 21 de febrero de 2013 inicia su recorrido por la red de cines y videotecas del país Esther en alguna parte, largometraje de ficción que Gerardo Chijona rodó inspirado en la novela homónima de su entrañable y ya fallecido amigo Eliseo Alberto Diego (Lichi).

En varias ocasiones, el director cubano ha dicho que fue un sueño acariciado desde que hace más de una década leyó el primer manuscrito de la obra literaria. Un proyecto que ambos alentaron en compañía del también fraterno y desaparecido Constante Diego (Rapi).

No obstante, el guión de tan preciada película fue encargado a Eduardo Eimil, joven egresado de la especialidad de dirección en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV), quien asumía por vez primera la escritura de un largometraje.

En entrevista que Chijona concediera a Cubacine, se le pidió que refiriera la libertad que en ocasión tan particular permitió al guionista:

“Yo dejo trabajar al guionista pero lo monitoreo siempre. Sobre todo cuando estamos trabajando las estructuras, que es donde yo sé que soy bueno. No me atrevería a sustituir al guionista para escribir un diálogo porque sería un relamido”.

“Pero principalmente durante el periodo de adaptación, que sabíamos que era el más difícil y el que más guerra iba a dar, ahí sí estuvimos trabajando realmente muy, muy unidos todo el tiempo. Ya después que encontramos la estructura, sí dejé que Eduardo comenzara a dialogar las escenas”.

¿Por qué no aparece en la película el personaje de Esther?

“Hicimos todo lo posible por meter a Esther en la estructura pero, de manera obstinada, la estructura empezaba a rebotarla. Si hubiéramos puesto a Esther, hubiera sido otra película completamente distinta”.

“Inclusive, tratamos de hacerlo por Lichi, porque ese personaje es el segundo acto de la novela y también es su infancia la que está en ese espacio del libro. Recuerdo que cuando él leyó la primera versión del guion por poco le da un infarto”.

“Costó trabajo convencerlo, pero al final se dio cuenta de que la única manera, al menos que nosotros encontrábamos para llevarla a una estructura cinematográfica y episódica como queríamos, era eliminando al personaje de Esther”.

Juega entonces un papel simbólico el título de la película…

“Sí, porque entonces ya se convirtió en una especie de paradoja. O sea, siempre están buscando a un personaje que nadie ve y, al final, cuando se abre esa puerta solo lo ve el personaje de Lino convertido en Larry”.

Además del hecho de que era un viejo sueño suyo trabajar de conjunto con los hermanos Diego, ¿el tema de la tercera edad tenía algún atractivo particular para usted?

“Mi padre murió a los 92 años, y durante el rodaje yo siempre decía en mi casa que estaba dirigiendo a Miravalles; pero también sentía a veces como que estaba dirigiendo a mi padre. Sobre todo el inicio de la película, cuando él está en la cola del periódico”.

“Mi padre siempre se movía mucho en el mundo ese de esperar el periódico, de estar con los amigos haciendo cuentos, de ir al cementerio a llevar flores. Digamos que es la parte con que más me identifiqué del personaje”.

“La novela es sobre la tercera edad, pero si hubiera sido sobre la cuarta igual la hubiera hecho”.

Los actores, Enrique Molina, Daisy Granados, Paula Alí…  han dicho que los motivó sobremanera poder trabajar con Reynaldo Miravalles. Usted mismo lo considera el mejor actor cubano de todos los tiempos ¿Cómo fue su relación con él?

“Conocía a Reynaldo por referencias, porque nunca fui asistente de películas en las que él actuara. Rapi sí había hecho dos películas con él y ya sabía que era difícil, testarudo, que iba a lo suyo, que no se dejaba domar… y tuvimos varias colisiones al principio. Sobre todo porque muchas veces él quería que Molina se adaptara a su estilo. Pero, bueno, eso es parte del trabajo. Uno no siempre tiene relaciones románticas con los actores”.

“En la medida en que el trabajo avanzó y se delimitó la posición de cada cual, en verdad tengo que decir que fue una fiesta tenerlo aquí en el rodaje cada día. Fue un actor muy disciplinado. Hay actores que hacen sus escenas y después se sientan en una esquina a conversar. En el caso de Reynaldo, cuando cortaban, él se sentaba en un rincón a repasar el guion, solito”.

“Me dijo en una oportunidad que había ensayado la película en su mente como trescientas veces, pero que el momento decisivo era cuando yo decía: acción;y él siempre estaba concentrado en eso”.

Siendo esta una película de personajes para la cual contó con magníficos actores y un buen guión, ¿cómo concibió el resto de los elementos: música, fotografía…?

“No queríamos que ningún aspecto determinado se impusiera por encima de los otros. O sea, contar la historia de la manera más sencilla posible, dentro de la aparente simpleza que tiene la película y no reforzar nada”.

“A José María Vitier siempre lo estuve conteniendo pues yo quería una música muy minimalista, que no se convirtiera en la protagonista. Sabía que la música tenía un papel más importante a partir de la muerte de Larry, porque no se habla y ella es la que arropa emocionalmente la historia”.

“Una de las cosas que siento, es que estoy aprendiendo a decir más con menos. Traté de hacerlo en Boleto al paraíso y ahora traté de hacerlo aquí también”.

¿Satisfecho con el resultado?

“Estoy contento porque la hice, y ahora lo que le queda a la película es la reacción del público”.

“Quisiera que vieran la película que hice porque en este proyecto tuve que meter debajo de la mesa el costado cínico que tengo, y volví a ser el Chijona de cuando conocí a Lichi y a Rapi”.

“Ese fue el estado emocional que quise expresar en la película a través de la novela”.

Alguna vez ha dicho que Adorables mentiras es su película más querida ¿Qué lugar ocupa ahora ese viejo sueño suyo que es Esther en alguna parte?

“Esta es, por lo menos, la más personal. Me veo más en ella que en el resto de las que he dirigido”.

Fuente: www.cubacine.cult.cu (21 / 02 / 2012)