Por Charly Morales Valido*

Dice Gerardo Chijona que hace películas porque es muy tímido, y cuando filma logra exorcizar demonios que no le quitan el sueño, pero lo intranquilizan: la naturaleza humana, el peor de todos.

Ahora vuelve a la gran pantalla con Esther en alguna parte, una película sobre la amistad, la que existió y la que nace, un premio después de la paliza que representó filmar Boleto al Paraíso.

No solo hizo realidad su sueño de llevar al cine la novela de su amigo Eliseo Alberto «Lichi» Diego (1951-2011), sino que dirigió un Dream Team de actores, encabezados por Reynaldo Miravalles.

El adusto Lino Catalá (Miravalles) descubre que su difunta esposa Maruja llevaba una doble vida, y junto a Larry Pó (Enrique Molina), emprende un viaje que los une en una amistad improbable, pero real.

En un balcón cercano al habanero parque donde descansa un Beatle de bronce, Chijona conversó con Prensa Latina sobre Esther…, su relación con el elenco y sus expectativas sobre esta obra.

– ¿Cuáles son sus expectativas ante un público que conoce su obra?

– Esta película trata un sector de la población que se ve poco en el cine, la tercera edad. Además del compromiso personal de querer la novela de Lichi, también me gusta siempre ir a los extremos. Si Boleto al paraíso era una drama bastante oscuro, trágico, ahora hice una comedia muy triste, que va cambiando de tono sin que apenas te des cuenta.

Veremos que recorrido toma. El público a veces hace lecturas que nunca me pasaron por la cabeza, pero me gusta que surjan muchas miradas alrededor de una misma película. No sé si con Esther lo logre, porque me dejó una carga emocional muy fuerte.

Espero que la gente entienda que es una película de emociones, como dice Miravalles en el making-of. Es un filme de sugerencias, donde lo que se dice a veces es menos importante. La música, de José María Vitier, no es protagónica, pero aporta a la trama, y en los minutos finales es el hilo conductor de la historia…

– ¿No le preocupa que una película quede por debajo de la anterior?

– Las películas no pueden ser cárceles. Son impredecibles. A veces uno piensa que tiene una gran película, y es un desastre. El listón lo ponen los demás. Cuando filmo me concentro en esa escena, sin pensar en el después. Soy un director muy emocional e instintivo, creo en eso y en la relación que establezco con los actores.

– ¿Y cómo fue la relación con este elenco?

– Fue una fiesta para todos. Me sentí cómodo dirigiendo a actores de tanta experiencia, incluso más que yo. Cuando tienes actores con esas horas de vuelo, discutes con ellos la historia, el recorrido del personaje, sus características, su psicología, sus motivaciones, ellos tienen claro de dónde viene y hacia dónde va su personaje…

Además, los ensayos son menos intensos tras el trabajo de mesa. Boleto al Paraíso fue un rodaje, pero también un taller. Miravalles y Enrique Molina hacen el duelo de la película, pero también tengo a Deisy Granados, Paula Alí, Alicia Bustamante, Eslinda Nuñez, Verónica Lynn, Luis Alberto García y Laura de la Uz.

Con muchos de ellos ya había trabajado, tengo una relación muy personal, pero por ejemplo, con Miravalles nunca había coincidido en un set, ni siquiera en mis tiempos de asistente de dirección. Es un peso pesado, y para mi es el mejor actor vivo de radio y televisión en Cuba…

Es muy seguro, va a lo suyo, es fuerte defendiendo su personaje, tanto que a veces quiere que su contraparte lo haga como él quiere. A medida que empezamos a ensayar y a definir nuestras posiciones, yo director, él actor, fue una maravilla trabajar con él…

– ¿Por qué Reynaldo Miravalles?

– Cuando empecé a soñar la película, siempre pensé en Miravalles como Lino. Él siempre estuvo muy dispuesto, pero al principio tenía inseguridades, porque a los 90 años la memoria falla. De hecho, cuando le di la primera versión del guión me dijo que no, que él no podía retener la cantidad de diálogo. Le prometí arreglarlo todo, y cuando le llevé a Miami la versión definitiva, él aceptó.

El rodaje demoró seis semanas. Hicimos un plan para no violentar a Miravalles, por su edad. Traté de que las tomas fueran de día, uno para ayudarlo a él, y otra para ayudarme a mí, porque Boleto al Paraíso fue una paliza. Fueron 30 noches filmándola. A mí me destruyó, fue muy dura de rodar.

Miravalles estaba como muchacho con zapato nuevo, porque soñaba con volver a su país, y se sintió muy arropado, mimado por todos: para el equipo técnico y los actores era un lujo trabajar con él.

Sin dudas, él es un extra-clase, tiene un bagaje profesional extraordinario. Nadie sabe poner las caras que él pone, no conozco a nadie que exprese tanto con el rostro como él, por eso la película tiene tantos primeros planos. Sus silencios son muy expresivos.

Esta comedia es muy distinta a Perfecto Amor Equivocado

Esta es más trágica, y muestra ese momento en que todos empezamos a hacer balance. El personaje de Miravalles termina confrontándose a sí mismo, cuestionándose qué hizo en 80 años. La parte optimista es que a esa edad decide darse una nueva oportunidad para ser feliz.

– ¿Cuáles son los temas que prefiere tocar?

– En todo mi cine, independientemente de su tono, intento tratar la condición humana, los seres humanos con sus virtudes y defectos, sus aspiraciones y frustraciones, sus zonas de luz y de sombra, como son en realidad. De alguna manera uno trata de reflejar en la película los fantasmas que tiene en la cabeza. La gente tímida como yo saca así todos los demonios que tienen encima.

– ¿Y cómo encara la crítica?

– Yo fui crítico de cine, y conocí desde gente muy rigurosa, hasta charlatanes con un manto de aparente sapiencia. Conocí ese mundo, y siento que cuando hay una opinión de respeto, aunque me destruya la película, la interiorizo, porque una buena crítica te descubre cosas que no viste. A mi no me gusta ver mis películas, porque me sale el espíritu de critico, y solo veo el momento en que me equivoqué.

Esther… fue filmada con tecnología digital, pero le hizo una copia en 35 milímetros…

Lo mejor es que uno no se limita con la cantidad de material. El rodaje avanza más rápido. Ahora por primera vez tuve dos cámaras en un set, revisaba enseguida el material, y la editora (Miriam Talavera) iba montando la película mientras yo rodaba.

El problema con lo digital es que, como dice Martin Scorcerse, cualquiera puede filmar una película, y se descuida la estructura, por aquello de que «se arregla rodando». Mentira. Usted puede filmar mucho con digital, pero si no tiene una estructura clara, sólida, no hay quien lo arme después. Yo corto poco cuando edito, porque le dedico mucho tiempo al guión.

Por ejemplo, nos llevó casi siete meses trabajar la estructura de Esther, porque la novela es aleatoria, pero la película episódica. Y cuando la encontramos, todo fluyó muy rápido. Hay cineastas a los que les cuesta desechar escenas, pero llegado el momento, todas me parecen iguales, y a veces lo editores tienen que ponerme freno.

– ¿Cuándo no está filmando, qué le gusta hacer?

– Trabajo. Voy a la escuela de cine, soy fundador y me gusta estar en contacto permanente con la gente jóvenes, sus ideas, asumir sus historias, respetándolas siempre. No paro de generar. En cine uno no siempre hace la que quiere, sino la que puede. La vida me ha demostrado que no puedo aferrarme a un solo proyecto, y siempre tengo un plan A, un plan B y hasta un plan C. porque tú no sabes cuándo puedes retomar un proyecto que dejaste en el camino, o con algo nuevo.

*Periodista de la Redacción de Cultura de Prensa Latina

Texto y Foto: Prensa Latina

Ver imágenes en Fotos de Prensa Latina